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jueves, 9 de febrero de 2012

Detalles



Me he dado cuenta de que desde que soy mamá me fijo más en determinados detalles cuando voy por la calle. Detalles en los que antes no reparaba. Detalles de otras mamás con sus hijos. No importa la edad que tengan, son detalles que van quedando en mi retina y que mi memoria guarda por alguna razón. 

El primero fue hace unos cuantos meses, yo iba por la calle y delante de mí iba un niño de unos 6 años de la mano de su madre. Me llamaron la atención porque de vez en cuando hacían saltos extraños y entonces me fijé mejor en lo que hacían. Cada varios pasos daban un salto, los dos. Pasito, pasito, pasito, Salto! Pasito, pasito, pasito, Salto!.

Y así todo el tiempo que los tuve delante. Yo acababa de tener a mi pequeñín y me sorprendió que la madre jugara al mismo juego sin ningún tipo de vergüenza, no miraba hacia los lados, y no parecía importarle lo que ocurría alrededor, lo que pensaran los demás. Los dos se reían, aumentaban pasos antes del salto, intentaban distraerse mutuamente para que el otro perdiera la cuenta y se volvían a reír si alguno contaba mal.

Fui testigo mudo de sus juegos. Sabía que el momento era especial pero es ahora cuando entiendo la verdadera esencia de esa complicidad. Donde no hay un mundo alrededor, solo tu hijo y tú.

El segundo detalle lo presencié también hace unos meses. Tampoco he podido olvidarlo y éste viene a mi memoria con bastante asiduidad. Ocurrió un día en que me vi desayunando sola en una cafetería, me estaba tomando un café mientras leía y al levantar la cabeza vi, en la mesa que estaba frente a mi, a una madre sentada con su hijo de unos 12 años. Me extrañó, pues el chico tenía puesto el uniforme del colegio y su mochila descansaba en el suelo junto a la mesa. Era alrededor de las 9 de la mañana y ellos parecían charlar como si no tuvieran ninguna prisa. Yo no escuchaba lo que hablaban, ni lo pretendía, pero se notaba una especial conexión, se contaban sus cosas, con confianza y en su intimidad. Mientras conversaban se cogían de la mano y jugueteaban con sus dedos, con cariño, con comprensión. El chico no miraba para los lados, ni se avergonzaba porque estuviese haciendo "manitas" con su madre en una cafetería (es que yo tenía entendido que a esa edad ya hace tiempo que se han vuelto muy pudorosos).

En ambas ocasiones ellos eran totalmente ajenos a mi presencia y a la de cualquier otro. Imagino que es esa complicidad, esa burbuja que formaban conteniendo todo esos ratos felices y de comprensión mutua que se consigue con puro amor a raudales, lo que me llamó tanto la atención. El deseo de que, algún día, cuando mi hijo tenga esa edad (y más) sigamos teniendo también ese nexo que nos une desde que nació.

martes, 10 de enero de 2012

El Futbolista De Arriba


Vivimos en un cuarto piso. Resulta que, por casualidades de la vida, me salgo enterando de que si para mi, La Vecinita del Primero Nunca Sonríe, para la vecina del tercero, la vivienda del cuarto, o sea, nosotros, pertenece al "futbolista de arriba". Y hasta corta se quedó la buena señora. Llamar futbolista a mi hijo implica una gran dosis de amor, comprensión y mucha paciencia por su parte, siendo realistas, debería llamarlo de rompetechos en adelante, como mínimo.

La noche del seis de Enero llegábamos a casa después de un largo día lleno de emociones, véase "Crónica de Reyes". El peque estaba agotando sus últimos cartuchos si es que no los había agotado todos ya y cuando llegamos a la entrada del edificio le faltaba aún otra fuerte emoción. Un enorme ramillete de globos de diferentes formas y colores estaban justo al lado del ascensor. A ver quien sacaba al peque de ahí, claro. De repente, baja el yerno de la señora del tercero y le pide que escoja uno y como el peque aún no terminaba de decidirse (es mas, yo creo que ni siquiera había empezado) le dio el mas grande y más bonito, un caracol enorme. Acto seguido añadió: "Ella no quiere ningún globo en casa y por eso me los llevo pero estoy seguro de que estará feliz cuando sepa que uno se lo ha llevado el futbolista de arriba". Creo que en ese momento el agradecimiento, el asombro y la vergüenza pugnaban por aflorar...

Definitivamente, el comentario tiene varias implicaciones. Es indudable que la señora ha escuchado todos y cada uno de los estruendos cada vez que mi hijo tira algo y además ha sido lo suficientemente sonoro y molesto como para compartirlo. Y es que al peque, especialmente cuando se enfada, le da por tirar cosas al suelo como muestra de su inconformidad y frustración. No grita, no llora, pero cualquier cosa que encuentre será susceptible de ser arrojada sin contemplaciones, y mientras mas escándalo haga mejor expresará su descontento. Al menos eso es lo que parece pensar él.

En alguna que otra ocasión he tratado de disculparme con la señora, pues siempre ha sido bastante quisquillosa con los ruidos y yo prefería curarme en salud. Pero para mi sorpresa y enorme alivio también es bastante comprensiva con los niños, posiblemente porque ella misma ha tenido dos. No es igual de comprensiva con los adultos, se los puedo asegurar (aunque ahora siga teniendo dos).

Como he dicho, para mí ha sido un alivio que se tomara las cosas de esta manera porque no es fácil hacer que un niño no tire cosas al suelo y, de paso, nos ha librado de un montón de discusiones y malas caras vecinales. Ahí tenía las de perder, pues en este último año el edificio se ha llenado de niños en todos los pisos salvo en el de ella.

Aún así, agradezco el que existan personas dispuestas a comprender y empatizar con este tipo de situaciones. ¡Un brindis por la vecina del tercero!... Y por su yerno, que obsequió al peque este fantástico globo...