Si hasta no hace mucho les contaba que mi hijo se me asemejaba a un gran y pesado rinoceronte, por estos días la cosa ha cambiado y mucho. Ahora es como una pequeña, ágil y escurridiza ardillita, especialmente cuando se trata de alcanzarlo para ir a dormir.
Sus ojitos lo observan todo con curiosidad consciente y sus movimientos ya son los propios de una mayor seguridad en sus propias capacidades.
Mi ardillita busca mil escondrijos con tal de evitar la hora del sueño, y cuando éste llega, al parecer inexorable, se despereza y busca algún quehacer para espantarlo sin pudor. Mi ardillita trepa por las camas y se esconde debajo de las mesas o tras las puertas. Mantiene una lucha incansable, vence una y otra vez hasta que por fin cae extenuada y a deshora.
Pero mi ardillita nunca desfallece, cada día juega al mismo juego, cada día vence y cada día cae rendida hasta que sus ojitos almendrados, ojitos curiosos, sagaces y vivaces vuelven a abrirse y vuelta a empezar.
Ardillita dormilona, ardillita remolona. Y una vez despierta vuelve a ser mi pequeña, ágil y escurridiza ardillita...